This article is part of the Hidden Architecture series “A Hard Rain’s A-Gonna Fall”, where we will try to publish and bring back to current days forgotten texts and manifestos written by architects which are essential to understand the discipline of Architecture within our social context.
Este artículo forma parte de la serie desarrollada por Hidden Architecture llamada “A Hard Rain’s A-Gonna Fall”, donde intentaremos publicar y poner de actualidad nuevamente textos y manifiestos olvidados, escritos por arquitectos y fundamentales para entender la arquitectura dentro de nuestro contexto social.
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Text originally published by Alejo Carpentier in the magazine Arquitectura Cuba, [No.] 334/1965, pp. 26-39. There are several editions in book form, such as those of Editorial Letras Cubanas, Havana, 1982; Bruguera Libro Amigo, Barcelona, 1982, and Instituto Cubano del Libro, Havana, 1998, among others. The version published here has been found on the website Patrias, Actos y Letras. English translation by Hidden Architecture.
Texto originalmente publicado por Alejo Carpentier en la revista Arquitectura Cuba, [No.] 334/1965, pp. 26-39. Existen varias ediciones en forma de libro, como las de Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1982; Bruguera Libro Amigo, Barcelona, 1982, e Instituto Cubano del Libro, La Habana1998, entre otras. La versión aquí publicada ha sido tomada de la web Patrias, Actos y Letras. Traducción al inglés de Hidden Architecture.
La Ciudad de las Columnas (I) , by Alejo Carpentier on Hidden Architecture
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We said that Havana is a city with so many columns that no other city on the continent could surpass it in this respect. But we would also have to make an immense count of grilles, an endless catalogue of ironwork, to fully define the always implicit baroque style present in the Cuban city. In the houses of El Vedado, Cienfuegos, Santiago, Remedios, it is the white, tangled, almost vegetal grille, with the abundance and the tangles of its metal ribbons, with designs of lyres, flowers, vaguely Roman vases, in the middle of infinite scrolls which generally frame the letters of the woman’s name given to her by a woman’s name, the letters of the woman’s name given to the town she lords over, or a date, a historicist succession of figures, which is often – in El Vedado – from some year in the 1970s, although, in some cases, the ironwork dates back to the times that coincide with the early years of the French Revolution. It is also the residential grille of rosettes, of peacock tails, of intermingled arabesques, or in the prodigious butcher’s shops – of the Calzada de El Cerro – enormously luxurious in this ostentation of interwoven metals, intertwined, entangled in themselves, in search of a freshness that, for centuries, had to be requested from the breezes and the earth. And it is also the severe, barely ornamented grille that is fitted into the wooden façade of some quartieria, or the one that tries to stand out with a Gothic stamp, adorned with never-before-seen flowers, or drifting towards a surprisingly Sulpician style. Sometimes the grille is accompanied by marmoreal watchful lions, by railings that multiply a Wagnerian swan motif, by sphinxes that – like some of those that can be seen in Cienfuegos – respond to the purest aesthetics of Mucha and the 1900 Exposition, with an indefinable flavour somewhere between Pre-Raphaelite and Wildian. The Cuban grille may mimic the goat motif of the grilles of the Casa de El Greco, evoke a house in Aranjuez, or be housed in windows that imitate those of a château in the Loire (and there is no lack, in Cuba, of recently built Moorish citadels, medieval castles that have been renovated, or the most unexpected allusions to Blois or Chambord), the peculiar thing is that this grille knows how to straighten itself on all the rungs of the architectural-social ladder (palace, quartieria, residence, plot of land, covacha) without losing a grace that is proper to it, and which can manifest itself, unexpectedly, in a single wrought-iron scroll that closes the rake of a door of very poor and unpainted board.
Decíamos que La Habana es ciudad que posee columnas en número tal que ninguna población del continente, en eso, podrían aventajarla. Pero también tendríamos que hacer un inmenso recuento de rejas, un inacabable catálogo de los hierros, para definir del todo los barroquismos siempre implícitos, presentes en la urbe cubana. Es, en las casas de El Vedado, de Cienfuegos, de Santiago, de Remedios, la reja blanca, enrevesada, casi vegetal por la abundancia y los enredos de sus cintas de metal, con dibujos de liras, de flores, de vasos vagamente romanos, en medio de infinitas volutas que enmarcan, por lo general, las letras del nombre de mujer dado a la villa por ella señoreada, o una fecha, una historicista sucesión de cifras, que es frecuentemente –en El Vedado- de algún año de los 70, aunque, en algunas, remonta la cronología del herraje a los tiempos que coinciden con los años iniciales de la Revolución Francesa. Es también la reja residencial de rosetones, de colas de pavo real, de arabescos entremezclados, o en las carnicerías prodigiosas -de la Calzada de El Cerro- enormemente lujosa en este ostentar de metales trabados, entrecruzados, enredados en sí mismos, en busca de un frescor que, durante siglos, hubo de solicitarse a las brisas y terrales. Y es también la reja severa, apenas ornamentada, que se encaja en la fachada de madera de alguna cuartería, o es la que pretende singularizarse por una gótica estampa, adornarse de floreos nunca vistos, o derivar hacia un estilo sorprendentemente sulpiciano. A veces la reja se acompaña de marmóreos leones vigilantes, de barrandales que multiplican un motivo de cisnes wagnerianos, de esfinges que –como unas, que pueden verse en Cienfuegos- responden a la más pura estética de Mucha y la Exposición de 1900, con un indefinible sabor entre prerrafaelista y wildiano. Puede la reja cubana remedar el motivo caprino de las rejas de la Casa de El Greco, evocar alguna morada de Aranjuez, o alojarse en ventanas que imitan las de algún castillo de la Loire (y no faltan, en Cuba, los alcázares moriscos de reciente edificación, los castillos medioevales de remozada factura, ni las más inesperadas alusiones a Blois o Chambord), lo peculiar es que esa reja sabe enderezarse en todos los peldaños de la escala arquitectónico-social (palacio, cuartería, residencia, solar, covacha) sin perder una gracia que le es propia, y que puede manifestarse, de modo inesperado, en una sola voluta de forja que cierra el rastrillo de una puerta de pobrísima y despintada tabla.
When, with this century, balconies began to grow on the façades – it should be noted that in the old colonial mansions balconies are generally scarce and meagre, except in those with wooden balustrades and balustrades – linking, in a process of continuity, from one corner to another, those inseparable elements of Cuban wrought ironwork appeared which are the neighbour guards – born to delimit the portions of the aerial world destined for the high municipalities of this or that one. The neighbourhood guard was a decorative border, placed at the limit of a house, or, in any case, of a flat, repeating in it – multiplying, therefore – all the decorative themes that had already been born in the grilles placed at street level, thus raising the baroque style of the architectural elements accumulated by the Creole city to the level of the street. New liras, new trefoils, new trefoils, new rose windows were born there, reviving an art of forging that was in danger of disappearing with the last beacon holders (there are still some very beautiful and witty ones in Havana) that used to put their propitious arm over the main arch of the main gate, whose apron guards were also part of a peculiar world, contemporary with the cars with metal chocks.
Cuando, con este siglo, empezaron a crecer balcones en las fachadas – obsérvese que en las viejas mansiones coloniales los balcones, por lo general, son escasos y exiguos, salvo en las que los tienen de sobradillo y balaustrada de madera- enlazándose, en proceso de continuidad, de una esquina a otra, aparecieron esos elementos inseparables de la rejería cubana que son los guarda vecinos -nacidos para deslindar las porciones del aéreo mundo destinado a los altos municipales de éste o aquél. El guarda vecinos fue una frontera decorativa, puesta en el límite de una casa, o, en todo caso, de un piso, repitiéndose, en él –multiplicándose, por lo tanto-, toda la temática decorativa que ya había nacido en las rejas puestas al nivel de las calles, aupándose, elevándose con ello el barroquismo de los elementos arquitectónicos acumulados por la ciudad criolla al nivel de la calle. Nacieron allí, en lo alto, nuevas liras, nuevas claves de sol, nuevos rosetones, remozándose un arte de la forja que estaba en peligro de desaparecer con los últimos portafaroles (todavía quedan algunos, muy hermosos y ocurrentes, en la Habana) que solían sacar el brazo propicio sobre el arco mayor de la puerta mayor cuyos guardacantones, por lo demás, se integraban en un mundo peculiar, contemporáneo de los coches con calces de metal.
There are still a few saltpetre-plastered, rust-ridden guard railings in Cuban cities, among whose decorative arabesques Paolo Gasparini’s revealing camera has discovered an unexpected world populated by sun signs, by crude ornamental motifs that can be taken for figurations of stars – vague petroglyphs that add their personality to whatever is integrated into their exterior. With the column, the grille, the neighbourhood guard, the guardacanton – sometimes an ornamental motif on the top of a window, an openwork wooden lace, a gargoyle’s mouth on the corner of a roof – the Cuban style has been defined by the street. We still need to get to know the interior baroque style.
Todavía quedan algunos guardacantones, en las ciudades cubanas, por el salitre, empastados de herrumbres, entre cuyos arabescos decorativos ha descubierto la cámara reveladora de Paolo Gasparini un inesperado mundo poblado de signos solares, de toscos motivos ornamentales que pueden tomarse por figuraciones de estrellas -vagos petroglifos que añaden su personalidad a cuanto se les integra en lo exterior. Con la columna, la reja, el guarda vecinos, el guardacantón -a veces un motivo de adorno, en el remate de una ventana; un encaje de madera calada; una boca de gárgola en la esquina de un tejado- el estilo cubano se ha definido par la calle. Nos falta, ahora, conocer los barroquismos interiores.
Likewise, in the days of the early colony, the Spanish builders wanted the cities of this key and anteroom to the New World to have as many friar’s corners as possible – to the point of striving for the impossible that all of them should be friar’s corners, to the point of longing for the impossible that all of them should be, and for this they resorted, more than once, to the ruse of the crossroads of five streets – the interior of the Cuban house was for centuries, traditionally, a keeper of shadows and an invitation to the breeze, with a judicious use of its directions. There was no house, in the days of my childhood, where the place of the fresco was not perfectly located, which used to move from spring to autumn, and whose environment was judiciously used by the inhabitants, who, in proof of friendship, would reveal their arcane secrets to some chosen visitors. The place of the fresco also broke with the rules of normal civility. If the cool place was there, in a corner of the backyard, or near the kitchens, the inhabitants, after a formal conversation in a large living room which was always, as if by chance, the least cool place in the house, would soon move armchairs and seats to where the nine o’clock sun began to descend, or, in certain months, a “breeze from Cojímar” which, over the harbour, brought its breath of distant rains. Hence the obsession to have some place in the coolness of the coolness mastered gave rise to the multiplication of the partitions. If we were to look at the definitions in an ordinary dictionary, we would have a very different idea of the partition – “movable partition made of a frame of wood, fabric or leather…”, etc. – from the very important decorative and architectural element that was part of the Cuban residence centuries ago, playing a role that determined the style of the dwelling. Because the screen, a truncated door at man’s height, was the true interior door of the Creole house for hundreds of years, creating a peculiar concept of family relations and, in general, of life in common.
Así mismo los alarifes españoles quisieron, en los días de la temprana colonia, que las urbes de esta llave y antesala del Nuevo Mundo tuviesen el mayor número posible de esquinas de fraile –hasta el punto de anhelar el imposible de que todas lo fuesen y, para ello, recurrieron, más de una vez, al ardid de la encrucijada de cinco calles-, el interior de la casa cubana fue durante siglos, tradicionalmente, guardador de penumbras e invitación a la brisa, con un juicioso aprovechamiento de sus rumbos. No había casa, en los días de mi infancia, donde no estuviese perfectamente localizado el lugar del fresco, que solía desplazarse de primaveras a otoños, cuyo ámbito era juiciosamente aprovechado por los moradores, quienes, en prueba de amistad, revelaban sus arcanos a algunos visitantes escogidos. El lugar del fresco rompía, por lo demás con las reglas de la urbanidad al uso. Si el lugar del fresco estaba allá, en un rincón del traspatio, o en la proximidad de las cocinas, no tardaban los habitantes, luego de una conversación protocolaria en un en un gran salón que era siempre, como por casualidad, el lugar menos fresco de la casa, en trasladar sillones y butacas a donde empezara a descender el terral de las nueve, o, en ciertos meses, una “brisa de Cojímar” que, por encima del puerto, traía sus alientos de lluvias lejanas. De ahí que la obsesión de tener amaestrado algún lugar del fresco originara la multiplicación de las mamparas. Si acudiésemos a las definiciones de un diccionario corriente, tendríamos de la mampara –“cancel movible hecho de un bastidor de madera, de tela o cuero…”, etcétera- una idea muy distinta, en verdad, del importantísimo elemento decorativo y arquitectónico que se inscribió en la residencia cubana hace siglos, desempeñando una función que fue determinativa del estilo de la vivienda. Porque la mampara, puerta trunca a la altura del hombre, fue la verdadera puerta interior de la casa criolla, durante centenares de años, creando un concepto peculiar de las relaciones familiares y, en general, de la vida en común.
The classic screen of the Cuban middle class was still, in the days of our adolescence, a door superimposed – in terms of the placement of the hinges – on the real door, which was never closed or opened, except in cases of illness or death of the inhabitant of an estancia, or when the winter winds blew. The lower part of the door, which was made of wood in residential houses, but not in offices, was usually decorated at the top with two pieces of opaque glass, often decorated with decals, topped at the top by a wooden moulding of a somewhat ogival design, the two parts of which were closed by a wooden tassel resembling a pomegranate. The decorative decals, depending on the taste of the inhabitant, depicted bunches of flowers, small landscapes, or humorous street scenes – the “requiebro a la mulata”, the sailor on a spree, the stubborn donkey – did not combine the geometric theme (fretwork, astragalus, arabesques…), and were bought by the metre in a well-stocked shop. The partition, which isolated the dwellers sufficiently so that they could not see each other, gave rise, in houses with many offspring and many relatives, to the habit of shouting conversations, from one end of the house to the other, to better inform the neighbour of minor family conflicts. The problem of “incommunicability”, so often raised by recent novelists, did not arise in a house of partitions, vibrant with glass that transmitted any announcement to the intimate shadows of the courtyard of the arecas and basils. In the manor house, on the other hand, the screen was majestic and massive. It was adorned with thick carvings inspired by plant motifs that were very reminiscent of Borromini’s curlicues.
La mampara clásica de la clase media cubana era todavía, en días de nuestra adolescencia, una puerta superpuesta -en cuanto a la colocación de los goznes- a la puerta real, que nunca e cerraba o abría, sino en casos de enfermedad o muerte del morador de una estancia, o cuando soplaban los nortes del invierno. Su parte inferior que, en las casas de vivienda -no así en las oficinas- era de madera, se adornaba en la parte superior, por lo general, de dos piezas de cristal opaco a menudo adornadas de calcomanías, rematadas, en lo alto, por una moldura de madera de diseño un tanto ojival, cuyos dos cuerpos eran cerrados por una borla de madera semejante a una granada. Las calcomanías decorativas, según fuese el gusto del morador, representaban manojos de flores, pequeños paisajes, o escenas humorísticas de tipo callejero -el requiebro a la mulata, el marinero de juerga, el asno empecinado-, no conjugaban el tema geométrico (greca, astrágalos, arabescos…), y eran compradas al metro en alguna locería bien surtida. La mampara, que aislaba a los moradores lo suficientemente para que no pudiesen verse unos a otros, originaba, en las casas de mucha prole y mucha parentela, el hábito de conversar a gritos, de un extremo a otro de la vivienda, para mejor información al vecino de menudos conflictos familiares. El problema de la “incomunicabilidad”, tantas veces planteado por los novelistas recientes, no se planteaba en casa de mamparas, vibrante de cristales que transmitían cualquier pregón hasta las íntimas penumbras del patio de las arecas y albahacas. En la morada señorial, en cambio, la mampara era majestuosa y maciza. Se adornaba de espesas tallas inspiradas en motivos vegetales que en mucho evocaban los encrespamientos de Borromini.
In the days of lively, expressive screens, the work of present-day craftsmanship, it was not the same thing to have a house screen, a school screen – there were those that bore a JHC or a Santiago Apóstol – as a very low, cut-out screen, where you wanted passers-by, passing a tavern, to see that some woman from the area was sitting there, with her garters on, her legs in the air. From the bulkhead, you knew where you were, who the masters were and what behaviour you had to adopt. The screen was part of the furnishings, of the interior decoration, of the heraldry, and even of the ethics of the mansion. It was halfway between the greenery of the courtyard and that polychrome border between what belonged to the shadows and what belonged to the sun, which was the semicircle, a fundamental element of Cuban baroque architecture.
En los días de mamparas vivas, expresivas, obra de artesanías presentes, no era lo mismo una mampara de casa-vivienda, una mampara de colegio –las había que ostentaban un JHC o un Santiago Apóstol-, que una mampara recortadísima, en lo bajo, donde deseábase que los transeúntes, al pasar ante una taberna, viesen que alguna mujer del rumbo estaba sentada allí, de ligas bien puestas, con las piernas al desgaire. Por el empaque de la mampara, se sabía dónde se estaba, quiénes eran los amos y qué comportamiento había que adoptar. La mampara participaba del moblaje, de la decoración interior, de la heráldica, y hasta de la ética de la mansión. Estaba a medio camino entre las vegetaciones del patio y aquella policroma frontera entre lo que era de la penumbra y lo que era del sol, que era el medio punto, elemento fundamental del barroquismo cubano.
The Cuban semicircle – a huge fan of glass open on the interior door, the patio, the vestibule of houses with shutters, and only presented with internal, palatial illumination, in the windows of the landmark windows of buildings of great importance – is the intelligent and plastic brise soleil invented by the colonial builders of Cuba, for sure reasoning, long before certain problems related to light and the penetration of light worried a famous French architect in Rio de Janeiro. But it should be noted here, in passing, that Le Corbusier’s brise-soleil does not collaborate with the sun, it breaks the sun, breaks the sun, alienates the sun, when the sun is, in our latitudes, a sumptuous presence, often annoying and tyrannical, of course, but which must be tolerated on a plane of mutual understanding, trying to accommodate with it, to tame it as much as possible. But, in order to establish a dialogue with the sun, it is necessary to provide it with the right glasses. Mirrors that help the sun to be more lenient with men. Hence the Cuban half-point has been the interpreter between the sun and man – the discourse of method in a plane of reciprocal intelligibility. If the sun was present, so present that at ten o’clock in the morning its reality was too dazzling for the women of the house, it was necessary to modify, attenuate, distribute its glares: a huge fan of glass had to be installed in the house to break up the bright impulses, from too yellow, too golden, from the sidereal fire, to a deep blue, a green of water, a clement orange, a red of grenadine, an opalescent white, which would give calm to the being harassed by so much sun and so much sunshine. The Cuban screens grew. At the top, the glass fans opened and the sun knew that to enter the old mansions – then new – it was necessary to start by dealing with the customs of the half points. That was where the light almojarifazgos were. There they paid, in attenuations, the right alcabala of the solar.
El medio punto cubano -enorme abanico de cristales abierto sobre la puerta interior, el patio, el vestíbulo de casas acostilladas de persianas, y solamente presentado con iluminación interna, palaciega, en las ventanas señeras de edificaciones de mucho empaque- es el brise soleil inteligente y plástico que inventaron los alarifes coloniales de Cuba, por seguro razonamiento, mucho antes de que ciertos problemas relacionados con la luz y la penetración de la luz preocuparan, en Río de Janeiro, a un famoso arquitecto francés. Pero cabe señalar aquí, de paso, que el brise-soleil de Le Corbusier no colabora con el sol, quiebra el sol, rompe el sol, aliena el sol, cuando el sol es, en nuestras latitudes, una presencia suntuosa, a menudo molesta y tiránica, desde luego, pero que ha de tolerarse en plano de entendimiento mutuo, tratando de acomodarse con él, de domesticarlo en cuanto sea posible. Pero, para entablar un diálogo con el sol hay que brindarle los espejuelos adecuados. Espejuelos que sirvan al sol para ser más clemente con los hombres. De ahí que el medio punto cubano haya sido el intérprete entre el sol y el hombre -el discurso del método en plano inteligibilidad recíproca. Si el sol estaba presente, tan presente que a las diez de la mañana su realidad se hacía harto deslumbrante para las mujeres de la casa, había que modificar, atenuar, repartir sus fulgores: había que instalar, en la casa, un enorme abanico de cristales que quebrara los impulsos fulgentes, pasado lo demasiado amarillo, lo demasiado áureo, del incendio sideral, a un azul profundo, un verde de agua, un anaranjado clemente, un rojo de granadina, un blanco opalescente, que diese sosiego al ser acosado por tanto sol y resol de sol. Crecieron las mamparas cubanas. Se abrieron, en su remate, los abanicos de cristales y supo el sol para entrar en las viejas mansiones -nuevas entonces- había que empezar por tratar con la aduana de los medios puntos. Ahí estaba los almojarifazgos de luz. Ahí se pagaban, en atenuaciones, los derecho alcabala de lo solar.
But the Cuban semicircle, seen critically, is no more than a stained-glass window with wide divisions, unsuited to the details of history, which is not conducive to the narration of something. Sometimes, in the semicircle, the figuration of a flower, of a heraldic motif, of a baroque plume is insinuated, but it never reaches the point of figuration. The construction is flat, with glass panes pierced by a mitigated, tamed sun. It is of abstract composition before anyone thought of any possibility of systematic abstractionism. Combined triangles, interlaced ogives, displays of pure colours, hands of enormous cards, defined and shuffled in a hundred of Havana, which explain, by their presence at the same time old and active, certain characteristics of contemporary Cuban painting. The light, in the paintings that this painting represents, comes from within. That is to say: from outside. From the sun behind the canvas. Placed behind the easel.
Pero el medio punto cubano, visto de modo crítico, no pasa de ser vitral de fraccionamientos amplios, inepto a las detallísticas del historial, que no se hace propicio a la narración de algo. A veceses, en el medio punto se insinúa la figuración de una flor, de un motivo de heráldica, de algún penacho barroco. pero nunca se llega ahí a la figuración. La construcción plana, de cristales traspasados por un sol mitigado, amaestrado. Es de composición abstracta antes de que alguien pensara en alguna posibilidad de abstraccionismo sistemático. Triángulos combinados, ojivas entrelazadas, despliegues de colores puros, manos de enormes cartas, definidos y barajados en cien de la habana, que explican, por su presencia a la vez añeja y activa, ciertas características de la pintura cubana contemporánea. La luz, en los cuadros que esa pintura representa, les viene de adentro. Es decir: de fuera. Del sol colocado detrás de la tela. Puesto atrás del caballete.
As for the thousands of columns that modulate – that is to say, that determine modules and measures, a modulator… – in the Havana area, one would have to look for a singular expression of American baroque in their unusual proliferation. Cuba is not baroque like Mexico, Quito or Lima. Havana is architecturally closer to Segovia and Cadiz than to the prodigious polychromy of San Francisco Ecatepec de Cholula. Apart from the occasional altar or altarpiece from the beginning of the 18th century, where the Saint Jorges spear dragons, presented in the scalloped doublet and half-length cothurne that Louis Jouvet identified with the costumes of Racine’s heroes, Cuba did not achieve a valid baroque style in the carving, the image or the building. But Cuba, fortunately, was mixed – like Mexico or Upper Peru. And as all miscegenation, by a process of symbiosis, of addition, of mixture, engenders a baroque style, Cuban baroque style consisted in accumulating, collecting, multiplying columns and colonnades in such an excess of Doric and Corinthian, of Ionic and composite, that the passer-by ended up in the street in the middle of the street, that the passer-by ended up forgetting that he lived among columns, that he was accompanied by columns, that he was watched over by columns that measured his trunk and protected him from the sun and the rain, and even that he was watched over by columns in the nights of his dreams.
En cuanto a los millares de columnas que de columnas que modulan -es decir: que determinan módulos y medidas, un modulador … – en el ámbito habanero, habría que buscar en su insólita proliferación una expresión singular del barroquismo americano. Cuba no es barroca como México, como Quito, como Lima. La Habana está más cerca, arquitectónicamente, de Segovia y de Cádiz, que de la prodigiosa policromía del San Francisco Ecatepec de Cholula. Fuera de uno que otro altar o retablo de comienzos del siglo XVIII donde asoman los San Jorges alanceando dragones, presentados con el juboncillo festoneado y el coturno a media pierna que Louis Jouvet identificaba con los trajes de los héroes de Racine, Cuba no llegó a propiciar un barroquismo válido en la talla, la imagen o la edificación. Pero Cuba, por suerte, fue meztiza -como México o el Alto Perú. Y como todo mestizaje, por proceso de simbiosis, de adición, de mezcla, engendra un barroquismo, el barroquismo cubano consistió en acumular, coleccionar, multiplicar columnas y columnatas en tal demasía de dóricos y de corintios, de jónicos y de compuestos, que acabó el transeúnte por olvidar que vivía entre columnas, que era acompañado por columnas, que era vigilado por columnas que le medían el tronco y lo protegían del sol y de la lluvia, y hasta que era velado por columnas en las noches de sus sueños.
The multiplication of the columns was the result of a baroque spirit that did not manifest itself – with a few exceptions – in the arrangement of Solomonic pilasters dressed in golden vines, shading sacred niches. A baroque spirit, legitimately West Indian, mestizo of all that was transculturated in these islands of the American Mediterranean, which was translated into an irreverent and unhumoured interplay of classical entablatures, to create apparently orderly and serene cities where the winds of cyclones were always on the lookout for much order, to disarrange the order as soon as the summers, past October, began to lower their clouds over the roofs and rooftops. The colonnades of Havana, escorting its marble Charles III, its emblematic lions, its India reigning over a fountain of Greek dolphins, make me think – trunks of possible jungles, shafts of rostral columns, unimaginable forums – of Baudelaire’s verses referring to the temple ou de vivants piliers / laissaient entendre de confuses paroles.
La multiplicación de las columnas fue el resultante de un espíritu barroco que no se manifestó -salvo excepciones en el atirabozonamiento de pilastras salomónicas vestidas de enredaderas doradas, sombreadores de sacras hornacinas. Espíritu barroco, legítimamente antillano, mestizo de cuanto se transculturizó en estas islas del mediterráneo americano, que se tradujo en un irreverente y desacompasado rejuego de entablamentos clásicos, para crear ciudades aparentemente ordenadas y serenas donde los vientos de ciclones estaban siempre al asecho del mucho orden, para desordenar el orden apenas los veranos, pasados a octubres, empezaran a bajar sus nubes sobre las azoteas y tejados. Las columnatas de La Habana, escoltando sus Carlos III de mármol, sus leones emblemáticos, su India reinando sobre una fuente de delfines griegos, me hacen pensar –troncos de selvas posibles, fustes de columnas rostrales, foros inimaginables –en los versos de Baudelaire que se refieren al temple ou de vivants piliers / laissaient entendre de confuses paroles.
La Ciudad de las Columnas (I) , by Alejo Carpentier on Hidden Architecture
Text originally published by Alejo Carpentier in the magazine Arquitectura Cuba, [No.] 334/1965, pp. 26-39. There are several editions in book form, such as those of Editorial Letras Cubanas, Havana, 1982; Bruguera Libro Amigo, Barcelona, 1982, and Instituto Cubano del Libro, Havana, 1998, among others. The version published here has been found on the website Patrias, Actos y Letras. English translation by Hidden Architecture.
Texto originalmente publicado por Alejo Carpentier en la revista Arquitectura Cuba, [No.] 334/1965, pp. 26-39. Existen varias ediciones en forma de libro, como las de Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1982; Bruguera Libro Amigo, Barcelona, 1982, e Instituto Cubano del Libro, La Habana1998, entre otras. La versión aquí publicada ha sido tomada de la web Patrias, Actos y Letras. Traducción al inglés de Hidden Architecture.