This article is part of the Hidden Architecture series “A Hard Rain’s A-Gonna Fall”, where we will try to publish and bring back to current days forgotten texts and manifestos written by architects which are essential to understand the discipline of Architecture within our social context.

Este artículo forma parte de la serie desarrollada por Hidden Architecture llamada “A Hard Rain’s A-Gonna Fall”, donde intentaremos publicar y poner de actualidad nuevamente textos y manifiestos olvidados, escritos por arquitectos y fundamentales para entender la arquitectura dentro de nuestro contexto social.

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Text originally published by Alejo Carpentier in the magazine Arquitectura Cuba, [No.] 334/1965, pp. 26-39. There are several editions in book form, such as those of Editorial Letras Cubanas, Havana, 1982; Bruguera Libro Amigo, Barcelona, 1982, and Instituto Cubano del Libro, Havana, 1998, among others. The version published here has been found on the website Patrias, Actos y Letras. English translation by Hidden Architecture.

Texto originalmente publicado por Alejo Carpentier en la revista Arquitectura Cuba, [No.] 334/1965, pp. 26-39. Existen varias ediciones en forma de libro, como las de Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1982; Bruguera Libro Amigo, Barcelona, 1982, e Instituto Cubano del Libro, La Habana1998, entre otras. La versión aquí publicada ha sido tomada de la web Patrias, Actos y Letras. Traducción al inglés de Hidden Architecture.

La Ciudad de las Columnas (II), by Alejo Carpentier on Hidden Architecture

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The aspect of Havana, when one enters its harbour,” wrote Alexander de Humboldt in the early years of the last century, “is one of the richest and most picturesque that can be enjoyed on the coast of equinoctial America, north of the equator. This place, celebrated by travellers of all nations, has not the luxuriance of vegetation which adorns the banks of the river Guayaquil, nor the wild majesty of the rocky shores of Rio de Janeiro, ports of the southern hemisphere, but the grace which, in our climates, embellishes the landscapes of cultivated nature, is here blended with the majesty of the vegetable forms, and the organic rigour which characterises the torrid zone. Prompted by such gentle impressions, the European forgets the danger that threatens him in the populous cities of the West Indies; he tries to understand the various elements of a vast landscape, to contemplate those fortresses that crown the rocks to the east of the port, that inland lake, surrounded by villages and farms, those palm trees that rise to a prodigious height; this city, half hidden by a forest of masts and the sails of ships…”. But Goethe’s friend adds, two pages further on, when referring to the Merchants’ Street: “Here, as in our oldest cities in Europe, it is only with the greatest slowness that the bad layout of the streets can be corrected”. Urban planning, town planners, the science of urbanisation.

El aspecto de La Habana, cuando se entra en su puerto -escribía Alejandro de Humboldt en los primerísimos años del siglo pasado- es uno de los más rientes y de los más pintorescos que puedan gozarse en el litoral de la América equinoccial, al norte del ecuador. Este lugar, celebrado por los viajeros de todas las naciones, no tiene el lujo de vegetación que adorna las orillas del río Guayaquil, ni la salvaje majestad de las costas rocosas de Río de Janeiro, puertos del hemisferio austral, pero la gracia que, en nuestros climas, embellece los paisajes de naturaleza culta, se mezcla aquí a la majestad de las formas vegetales, al rigor orgánico que caracteriza la zona tórrida. Solicitado por tan suaves impresiones, el europeo se olvida del peligro que le amenaza en el seno de las ciudades populosas de las Antillas; trata de entender los elementos diversos de un vasto paisaje, contemplar esas fortalezas que coronan las rocas al este del puerto, ese lago interior, rodeado de poblados y de haciendas, esas palmeras que se elevan a una prodigiosa altura; esta ciudad, medio oculta por una selva de mástiles y los velámenes de las naves…” Pero, añade el amigo de Goethe, dos páginas más adelante, al referirse a la Calle de los Mercaderes: “Aquí, como en nuestras más antiguas ciudades de Europa, sólo con suma lentitud se logra enmendar el mal trazado de las calles.” Urbanismo, urbanistas, ciencia de la urbanización.

La Habana, XVIth Century. Archivo General de Indias, Sevilla
La Habana, by Carl of Abermale, 1762
La Habana, by Don Tomás López, 1762

We still remember the conjugations of the word urbanism in thickly inked characters in the now classic articles published by Le Corbusier more than forty years ago in the pages of L’Esprit Nouveau. So much has been said about urban planning since then that we have come to believe that there has never before been an urban vision, or at least an instinct for urban planning. In his time, Humboldt complained about the poor layout of Havana’s streets. But one comes to wonder, today, if there was not a great wisdom hidden in that bad layout that still seems to be dictated by the primordial -tropical- need to play hide-and-seek with the sun, mocking surfaces, dragging shadows from it, fleeing from its torrid twilight announcements, with an ingenious multiplication of those friar’s corners that are still so popular, even now, in the old city of what was intramural until the beginning of the century. There was also a lot of daubing – in dark saffron, sepia blue, light brown, olive green – until the beginning of this century. But now that these daubings have remained in the provincial towns, we perhaps understand that they were a form of brisesoleil, a neutraliser of reverberations, as were, for so long, the half-dots of polychrome Creole glassware that we find again, as defining plastic constants, in the painting of Amelia Peláez or René Portocarrero. The streets of Havana visited by Humboldt may have been poorly traced. But those that remain, however poorly laid out they may be, give us an impression of peace and freshness that we would find difficult to find where conscious urban planners exercised their science.

Todavía recordamos las conjugaciones que de la palabra urbanismo se daban, con espesos caracteres entintados, en los ya clásicos artículos que publicaba Le Corbusier hace más de cuarenta años, en las páginas de L’ Esprit Nouveau. Tanto se viene hablando de urbanismo, desde entonces, que hemos acabado por creer que jamás ha existido, antes, una visión urbanística, o al menos, un instinto del urbanismo. Humboldt se quejaba, en su tiempo, del mal trazado de las calles habaneras. Pero llega uno a preguntarse, hoy, si no se ocultaba una gran sabiduría en ese mal trazado que aún parece dictado por la necesidad primordial -tropical-, de jugar al escondite con el sol, burlándole superficies, arracándole sombras, huyendo de sus tórridos anuncios de crepúsculos, con una ingeniosa multiplicación de aquellas esquinas de fraile que tanto se siguen cotizando, aún ahora, en la vieja ciudad de lo que fuera intramuros hasta comienzos del siglo. Hubo, además, mucho embadurno -en azafrán oscuro, azul sepia, castaños claros, verdes de oliva- hasta los comienzos de este siglo. Pero ahora que esos embadurnos se han quedado en los pueblos de provincia, entendemos, acaso, que eran una forma de brisesoleil, neutralizador de reverberaciones, como lo fueron también, durante tanto tiempo, los medios puntos de policroma cristalería criolla que volvemos a encontrar, como constantes plásticas definidoras, en la pintura de Amelia Peláez o René Portocarrero. Mal trazadas estarían acaso, las calles de La Habana visitadas por Humboldt. Pero las que nos quedan, con todo y mal trazadas como pudieran estar, nos brindan una impresión de paz y de frescor que difícilmente hallaríamos en donde los urbanistas conscientes ejercieron su ciencia.

The old city, once called intramural, is a city in shadows, made for the exploitation of shadows – shadow, itself, when thought of in contrast with everything that has been sprouting, growing, towards the West, since the beginning of this century, in which the superimposition of styles, the innovation of styles, good and bad, more bad than good, were creating in Havana that style without style which, in the long run, by a process of symbiosis, of amalgamation, is erected in a peculiar baroque style that acts as a style, inscribing itself in the history of urbanistic behaviour. Because, little by little, from the variegated, from the intermingled, from the interlocking of different realities, the constants of a general packaging have emerged that distinguishes Havana from other cities on the continent.

La vieja ciudad, antaño llamada de intramuros, es ciudad en sombras, hecha para la explotación de las sombras -sombra, ella misma, cuando se la piensa en contraste con todo lo que le fue germinando, creciendo, hacia el Oeste, desde los comienzos de este siglo, en que la superposición de estilos, la innovación de estilos, buenos y malos, más malos que buenos, fueron creando a La Habana ese estilo sin estilo que a la larga, por proceso de simbiosis, de amalgama, se erige en un barroquismo peculiar que hace las veces de estilo, inscribiéndose en la historia de los comportamientos urbanísticos. Porque, poco a poco, de lo abigarrado, de lo entremezclado, de lo encajado entre realidades distintas, han ido surgiendo las constantes de un empaque general que distingue a La Habana de otras ciudades del continente.

Image by Hidden Architecture, April 2024
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Image by Hidden Architecture, April 2024
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In the beginning it was the “alarife”, the man of the plumb and mortar, whose early passage to the New World is recorded in the entries of Passengers to the Indies in the Casa de la Contratación in Seville. (Six had already passed to the La Española island before the colonisation of Cuba began. ) Hence, independently of that Havana before Havana which, it is said, was built by a few settlers on the banks of the river Almendares, we must look for the true nucleus that generated the city in those humble and graceful vestiges that still survive in one of the patios of the old Convent of Santa Clara, near the classic sinful taverns of the port, under the presence of a small market, a public bath and a municipal fountain which, in spite of its modesty, offers an evident nobility of workmanship. The workmanship of the architects, like that more ambitious “Casa del Marino”, which can still be seen at a short distance from what was once an agora among mangroves, a square among weeds, and which, when it was revealed to the public in our teenage days, after a long reclusion imposed by the enveloping growth of a monastery of Poor Clares, still bore a blurred sign that identified it as the “Casa del Pan” (House of Bread).

Al principio fue el alarife, el hombre de la plomada y del mortero, de cuyo temprano paso al Nuevo Mundo queda constancia en los asientos de Pasajeros a Indias de a Casa de la Contratación de Sevilla. (Seis habían pasado ya a la Isla Española, antes de que se iniciara la colonización de Cuba.) De ahí que, independientemente de aquella Habana anterior a La Habana que -según se dice- alzaron unos cuantos colonos en las orillas del río Almendares, hemos de buscar el verdadero núcleo generador de la ciudad en aquellos humildes y graciosos vestigios que aún perduran en uno de los patios del antiguo Convento de Santa clara, cerca de las clásicas tabernas pecaminosas del puerto, bajo la presencia de un pequeño mercado, de un baño público y de una fuente municipal que, a pesar de su modestia, ofrece una evidente nobleza de factura. Trabajo todo, de alarifes, como aquella “Casa del Marino”, más ambiciosa, que aún puede verse a una escasa distancia de lo que fuera, en un tiempo, ágora entre manglares, plaza entre malezas, y que, al ser revelada al público, en días de nuestra adolescencia, tras de larga reclusión impuesta por el envolvente crecimiento de un monasterio de clarisas, ostentaba todavía un borroso letrero que la identificaba como la “Casa del Pan”.

It is not our purpose – and we should warn you early on – to make a historical sketch of Cuban architecture, a work that would require a whole erudite apparatus, but to take the reader by the hand towards some of the constants that have contributed to communicate an unmistakable style of their own to the city apparently without style (if we stick to the academic notions that refer to style) that is Havana, and then move on to the vision of constants that can be considered as specifically Cuban, in all that the island’s sphere means. At first it was the builder. But the houses began to grow, larger mansions enclosed the layout of the squares and the column – and no longer the mere horcón of the conquistadors – appeared in the city. But it was an interior column, gracefully born in shady courtyards, lined with vegetation, where the trunks of palm trees – see how eloquently the image is illustrated in the superb courtyard of the convent of San Francisco – coexisted with the Doric shaft. At first, in houses of solid design, somewhat rough on the outside, like the one opposite Havana Cathedral, the column seemed to be a thing of intimate refinement, destined to support the arcades of interior arcades. And it was logical that this should be so – except for the Plaza de la Catedral itself, the Plaza Vieja, the square where the buildings used for the administration of the island were erected – in a city whose streets were kept in a voluntary narrowness, conducive to shadows, where neither dusk nor dawn blinded passers-by, throwing too much sun in their faces.

No es nuestro propósito -y temprano debemos advertirlo- hacer un bosquejo histórico de la arquitectura cubana, obra que requeriría todo un aparato erudito, sino llevar al lector, de la mano, hacia alguna de las constantes que han contribuido a comunicar un estilo propio, inconfundible, a la ciudad aparentemente sin estilo (si nos atenemos a las nociones académicas que al estilo se refieren) que es La Habana, para pasar luego a la visión de constantes que pueden ser consideradas como específicamente cubanas, en todo lo que significa el ámbito de la Isla. Al principio fue el alarife. Pero las casas empezaron a crecer, mansiones mayores cerraron el trazado de las plazas y la columna –que no ya el mero horcón de los conquistadores- apareció en la urbe. Pero era una columna interior, grácilmente nacida en patios umbrosos, guarnecidos de vegetaciones, donde los troncos de palmeras –véase cuán elocuentemente queda ilustrada la imagen en el soberbio patio del convento de San Francisco- convivieron con el fuste dórico. En un principio, en casas de sólida traza, un tanto toscas en su aspecto exterior, como la que se encuentra frente a frente a la catedral de La Habana, pareció la columna cosa de refinamiento íntimo, destinada a sostener las arcadas de soportales interiores. Y era lógico que así fuera –salvo en lo que se refería a la misma Plaza de la Catedral, a la Plaza Vieja, a la plaza donde se alzaban los edificios destinados a la administración de la Isla- en ciudad cuyas calles eran tenidas en voluntaria angostura, propiciadora de sombras, donde ni los crepúsculos ni los amaneceres enceguecían a los transeúntes, arrojándoles demasiado sol en la cara.

Image by Hidden Architecture, April 2024
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Thus, in many old Havana palaces, in some rich mansions that have still preserved their original layout, the column is an element of interior decoration, luxury and adornment, before the days of the 19th century, when the column was thrown into the street and created – even in days of evident architectural decadence – one of the most singular constants of the Havana style: the incredible profusion of columns, in a city that is an emporium of columns, a jungle of columns, an infinite colonnade, the last city to have so many columns; columns which, moreover, having left the original courtyards, have been tracing a history of the decadence of the column through the ages. There is no need to recall here that, in Havana, a passer-by could leave the area of the fortresses of the port, and walk through the outskirts of the city, crossing the entire centre of the town, going along the old roads of Monte or de la Reina, crossing the roads of El Cerro or Jesús del Monte following the same and always renewed colonnade, in which all the styles of the column are represented, conjugated or mixed towards infinity. Half Doric and half Corinthian columns, dwarf Ionic columns, concrete caryatids, timid illustrations or degenerations of a Vignola compelled by every master builder who contributed to the expansion of the city from the end of the last century, without ignoring at times the existence of a certain Parisian modern-style at the beginning of the century, certain ideas of Catalan architects, and, for those who, in the first districts, wanted to replace the dilapidated mansions of yesteryear with more modern buildings (there are two of this type, remarkable, almost beautiful in time, in the corners of the old Plaza Vieja), the restful innovations in the “Gran Vía” style of Madrid.

Así, en muchos viejos palacios habaneros, en algunas ricas mansiones que aún han conservado su traza original, la columna es elemento de decoración interior, lujo y adorno, antes de los días del siglo XIX, en que la columna se arrojará a la calle y creará –aún en días de decadencia arquitectónica evidente- una de las más singulares constantes del estilo habanero: la increíble profusión de columnas, en una ciudad que es emporio de columnas, selva de columnas, columnata infinita, última urbe en tener columnas en tal demasía; columnas que, por lo demás, al haber salido de los patios originales, han ido trazando una historia de la decadencia de la columna a través de las edades. No hace falta recordar aquí que, en La Habana, podría un transeúnte salir del ámbito de las fortalezas del puerto, y andar las afueras de la ciudad, atravesando todo el centro de la población, recorriendo las antiguas calzadas de Monte o de la Reina, tramontando las calzadas de El Cerro o de Jesús del Monte siguiendo una misma y siempre renovada columnata, en la que todos los estilos de la columna aparecen representados, conjugados o mestizados hacia el infinito. Columnas de medio cuerpo dórico y medio cuerpo corintio, jónicos enanos, cariátides de cemento, tímidas ilustraciones o degeneraciones de un Vignola compulsado por cuanto maestro de obra contribuyera a extender la ciudad, desde fines del siglo pasado, sin ignorar a veces la existencia de cierto modern-style parisiense de comienzos del siglo, ciertas ocurrencias de arquitectos catalanes, y, par quienes, en los barrios primeros, querían sustituir las ruinosas casonas de antaño por edificaciones más modernas (hay dos de este tipo, notables, casi hermosas al cabo del tiempo, en ángulos de la antigua Plaza Vieja), las reposteras innovaciones de “estilo Gran Vía” de Madrid.

Image by Hidden Architecture, April 2024
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In all times, the Cuban street was bustling and talkative, with its responsos de pregones, its meddlesome hawkers, its candy sellers announced by bells bigger than the pulp stage itself, its fruit carts, packed with palm trees like a procession on Palm Sunday, its sellers of whatever men could find, all in a sainete atmosphere in the style of Ramón Cruz before the cities themselves engendered their own Creole archetypes, so attractive yesterday on the stage of the stage, its sellers of everything men could find, all in a sainete atmosphere in the style of Ramón de la Cruz before the cities themselves engendered their own Creole archetypes, so attractive yesterday on the stages of buffoons, as later, in the vast imagery – mythology – of baroque mulattoes in genius and figure, witty blacks and boastful comadres, pintiparadas, culiparadas, locked in bargaining for show-offs with the peddler of the baskets, the charcoal burner with carts covered in the Goyaesque style, the ice-cream man who doesn’t bring strawberry sorbets on a day when there are plenty of mangoes, or the one who raises, like the Blessed Sacrament, a mast bristling with green and red sweets to exchange them for bottles.

En todos los tiempos fue la calle cubana bulliciosa y parlera, con sus responsos de pregones, sus buhoneros entrometidos, sus dulceros anunciados por campanas mayores que el propio tablado de las pulpas, sus carros de frutas, empenachados de palmeras como procesión en Domingo de Ramos, sus vendedores de cuanta cosa pudieron hallar los hombres, todo en una atmósfera de sainete a lo Ramón de la Cruz antes de que las mismas ciudades engendraran sus arquetipos criollos, tan atractivos ayer en los escenarios de bufos, como más tarde, en la vasta imaginería –mitología- de mulatas barrocas en genio y figura, negras ocurrentes y comadres presumidas, pintiparadas, culiparadas, trabadas en regateos de lucimiento con el viandero de las cestas, el carbonero de carros entoldados a la manera goyesca, el heladero que no trae sorbetes de fresa el día en que sobran los mangos, o aquel otro que eleva, como el Santísimo, un mástil erizado de caramelos verdes y rojos para cambiarlos por botellas.

And just as the Cuban street is talkative, indiscreet, prying, the Cuban house has multiplied the means of isolating itself, of defending, as far as possible, the intimacy of its inhabitants. The traditional Creole house – and this is even more visible in the provinces – is a house closed in on its own shadows, like the Andalusian, Arab house, from which much of it comes. Only the face of the door, called by the hand of the knocker, peeps out of the nailed door. The windows overlooking the street are rarely open – or even lit -. And, to keep a greater distance, the grille asserts its presence, with incredible prodigality, in Cuban architecture.

Y por lo mismo que la calle cubana es parlera, indiscreta, fisgona, la casa cubana multiplicó los medios de aislarse, de defender, en lo posible, la intimidad de sus moradores. La casa criolla tradicional – y esto es más visible aún en las provincias- es una casa cerrada sobre sus propias penumbras, como la casa andaluza, árabe, de donde mucho procede. Al portón claveteado sólo asoma el semblante llamado por la mano del aldabón. Rara vez aparecen abiertas –entornadas, siquiera- las ventanas que dan a la calle. Y, para guardar mayores distancias, la reja afirma su presencia, con increíble prodigalidad, en la arquitectura cubana.

Image by Hidden Architecture, April 2024
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La Ciudad de las Columnas (II), by Alejo Carpentier on Hidden Architecture

Text originally published by Alejo Carpentier in the magazine Arquitectura Cuba, [No.] 334/1965, pp. 26-39. There are several editions in book form, such as those of Editorial Letras Cubanas, Havana, 1982; Bruguera Libro Amigo, Barcelona, 1982, and Instituto Cubano del Libro, Havana, 1998, among others. The version published here has been found on the website Patrias, Actos y Letras. English translation by Hidden Architecture.

Texto originalmente publicado por Alejo Carpentier en la revista Arquitectura Cuba, [No.] 334/1965, pp. 26-39. Existen varias ediciones en forma de libro, como las de Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1982; Bruguera Libro Amigo, Barcelona, 1982, e Instituto Cubano del Libro, La Habana1998, entre otras. La versión aquí publicada ha sido tomada de la web Patrias, Actos y Letras. Traducción al inglés de Hidden Architecture.